Un conjunto de elementos vinculados e interrelacionados entre sí forman un sistema. Para que cualquier sistema funcione equilibradamente es necesario que cada uno de sus elementos ocupe el lugar que le corresponde. De la misma manera que para que el motor de un coche funcione correctamente es necesario que cada una de las piezas que lo forman estén colocadas en el lugar y posición correspondiente, en todo sistema familiar es imprescindible que cada uno de sus miembros ocupe el lugar que le corresponde dentro del sistema. Solo de esta manera es posible el equilibrio emocional y el crecimiento individual de todos y cada uno de sus miembros y la salud del sistema familiar en su conjunto.
Se produce un desequilibrio en los sistemas familiares cuando:
- el sistema excluye a uno de sus miembros, le niega la pertenencia al mismo. Generalmente, la exclusión aparece ligada a los secretos familiares (abortos, muertes tempranas, ruinas económicas, violencia, suicidios, homosexualidad, hijos ilegítimos, enfermedades mentales….). Los excluidos son etiquetados por la memoria familiar como “ovejas negras de la familia”, no se habla de ellos, no se les tiene en cuenta y, a lo largo de varias generaciones, hasta se “olvida” que han vivido, que forman parte del clan familiar.
- uno de sus elementos abandona la posición que le corresponde dentro del sistema para ocupar la posición de otro elemento. Se produce un conflicto por usurpación de rol. Es, por ejemplo, el caso de familias donde los abuelos – o uno de ellos- “ejercen” el rol de padres de sus nietos, ocupando un lugar que le corresponde a los padres. O el caso, por ejemplo, del hijo que ocupa la posición de su padre (o bien desplazándolo, o bien en ausencia del mismo) y se coloca en el rol de “marido” de su propia madre. También vemos en consulta el caso del hermano menor que adopta el rol de hermano mayor en la familia, asumiendo tareas y responsabilidades que no le pertenecen.
- uno de los elementos del sistema hace mucho más o mucho menos de lo que le corresponde. Por ejemplo, familias donde la madre se “sacrifica” en exceso por la familia y toma el rol de estar siempre pendiente de las necesidades del marido y de los hijos, desatendiendo sus propias necesidades. O, en la otra polaridad, un miembro de la familia no ejerce las funciones o tareas propias de la posición que ocupa en la jerarquía familiar.
Como señala M.J. Pubill (Herramientas de terapia familiar. Paidós, 2018), el sistema familiar está formado, a su vez, por diferentes subsistemas:
- el subsistema conyugal, la pareja. La función básica de este subsistema es “proporcionarse uno al otro apoyo y aceptación mutua, lealtad recíproca, sexualidad y objetivos comunes de futuro”
- el subsistema parental, los padres, cuya función como equipo es “ofrecer protección, nutrición emocional y valoración, socialización y apoyo en la individuación progresiva”
- el subsistema filial, los hijos. Su función debería ser “crecer autónomos y felices y se espera de ellos que obedezcan y respeten a los padres”
- el subsistema fraternal, los hermanos, que “ayudan a desarrollar las primeras habilidades relacionadas con los iguales, fomentar la colaboración y la competición”.
Lo saludable es que los límites entre subsistemas sean lo suficientemente claros para permitir la comunicación y estén lo suficientemente definidos como para que cada uno sepa a qué subsistema pertenece, es decir, que cada miembro de la familia sepa qué lugar le corresponde y qué lugar está ocupando dentro de su sistema familiar.
Desde una perspectiva sistémica, cuando la persona viene a consulta tenemos en cuenta 3 reglas básicas que guían el acompañamiento terapéutico:
- Pertenencia: toda persona que nace en una familia tiene derecho de pertenecer a esa familia, independientemente de lo que haya hecho o de lo que le haya sucedido.
- Jerarquía: en las familias hay una jerarquía, los que vinieron antes a la vida siempre ocupan un lugar anterior a los que nacen después.
- Equilibrio entre el dar y el recibir: si uno empieza a dar de más o de menos, el vínculo se deteriora.
Cuando el equilibrio se deteriora, el sistema familiar enferma en su conjunto. Y es uno de sus miembros el que da la voz de alarma mediante su comportamiento, convirtiéndose en lo que en sistémica se denomina el “portador del síntoma”: el niño que muestra comportamientos hiperactivos o que desafía constantemente los límites, o que se opone a las normas establecidas… El adolescente “conflictivo”… El adulto con sintomatología depresiva, ansiosa, obsesiva…En definitiva, aquel o aquella a los que todos señalan y culpan de la problemática familiar.
Es necesario restablecer el orden en el sistema para que todos los miembros del mismo crezcan y desarrollen todo su potencial.
La sanación empieza cuando cada cual toma conciencia del lugar que está ocupando tanto en su familia de origen como en su familia actual. Esto significa incluir en el corazón a los excluidos, sin juzgarlos y sin juzgarse, independientemente de lo que esa persona hiciera o de cuales fueran sus circunstancias de vida. Significa también asumir su propia responsabilidad en el funcionamiento familiar y responsabilizarse tanto del problema como de la solución. Estos movimientos sistémicos respecto a la familia de origen, facilitan que la persona que viene a consulta “aprenda” a ocupar su lugar en cualquier relación (de pareja, amigos, trabajo, familia actual…).