Las personas no somos seres aislados sino que formamos parte de un sistema familiar. Somos mucho más que la union de un óvulo y de un espermatozoide. Cuando el óvulo de nuestra madre y el espermatozoide de nuestro padre se unen para dar origen a una nueva vida, se están uniendo dos clanes familiares, formados a su vez por los padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos… de nuestros padres.
La epigénetica conductual ha demostrado que las vivencias emocionales de nuestros antepasados quedan codificadas en nuestro ADN de manera que, de la misma forma que heredamos de nuestros ancestros el color de ojos, de pelo, la estatura, etc, heredamos las vivencias emocionales asociadas a eventos o sucesos que ellos vivieron.
El doctor Fabio Celnikier, médico psiquiatra, psicoterapeuta y uno de los máximos representantes del estudio de la epigenética en la actualidad lo expresa en estos términos: “Creíamos hasta ahora, que nuestros padres y abuelos simplemente nos pasaban sus genes. Y punto. Confiábamos en que los genes se transmitían inalterables de generación en generación. Sin modificaciones. Sin tocar el núcleo celular inmaculado. Sin embargo, hoy sabemos que el aire que respiraron nuestros abuelos, el agua que bebieron o el ambiente psicosocial en el que vivieron pudieron afectar también a sus descendientes, incluso décadas después”.
Por tanto, comprender la influencia que tienen nuestros antepasados en la vida que estamos viviendo es fundamental para introducir cambios en ella, fomentar nuestra salud y conseguir el bienestar integral (a nivel personal, social, laboral y familiar).
Los miedos de nuestros ancestros, sus anhelos, sus prejuicios, sus creencias a menudo se manifiestan en nuestra propia vida, incluso cuando no somos conscientes de ello, mediante repeticiones de patrones de comportamiento, creencias, formas de relacionarnos con los demás, profesiones, enfermedades, accidentes… Por ejemplo, familias donde el primer hijo varón se dedica a la misma profesión durante varias generaciones; o donde el abuelo, el padre y el hijo fallecen el mismo día (en diferentes años) por la misma enfermedad o en idénticas circunstancias; o familias donde la hija pequeña se ha encargado a lo largo de generaciones del cuidado de sus padres y se ha quedado soltera; o familias donde la primera hija ha sido criada por sus abuelos y esto se repite como un patrón en las generaciones anteriores. Por poner algunos ejemplos.
Tomar conciencia de nuestra historia familiar es Comprender desde el Amor -sin juicios, sin buscar culpables ni víctimas- de dónde venimos, cuales son nuestros lazos transgeneracionales, con qué miembros de nuestra familia nos identificamos hasta tal punto que repetimos su historia, qué lealtades o lazos invisibles nos atan al destino de determinados miembros de nuestro clan familiar. Esta toma de conciencia de la información que guarda nuestro árbol genealógico nos permite liberarnos y liberar a nuestro clan y construir nuestra propia vida, libre de esas lealtades invisibles hacia miembros de nuestro sistema familiar y de las repeticiones que se manifiestan en nuestra vida.
En consulta utilizo el análisis trangeneracional, que proviene de la Psicogenealogía (cuya máxima representante es Anne Schützenberger, Doctora en Psicología y titular de la cátedra de Psicología de la Universidad de Niza, en Francia). Para ello, utilizo como herramienta terapéutica el genosociograma familiar del cliente. Su árbol genealógico, donde representamos un mínimo de 3 generaciones (la del cliente, sus padres y sus abuelos) y recogemos nombres, lugares, fechas, vínculos y principales sucesos de vida: nacimientos, bodas, fallecimientos, divorcios, infidelidades, ruinas económicas, herencias, enfermedades importantes, abortos, accidentes, traslados, ocupaciones…
La mayoría de las veces, solo el simple hecho de observar el genosociograma, le proporciona al cliente una visión de los patrones relacionales que se repiten de generación en generación y esta toma de conciencia es el primer paso para poder iniciar un proceso de cambio.
Según Anne Schützenberger “en los silencios está la clave del árbol; callamos por el bien de los demás. Somos menos libres de lo que creemos, pero tenemos la posibilidad de conquistar nuestra libertad y de salir del destino repetitivo de nuestra historia si comprendemos los complejos vínculos que se han tejido en nuestras familias”.
Las emociones que sustentan esos silencios son básicamente la vergüenza y el miedo al rechazo social o familiar, a quedar fuera del clan; por eso en las familias no se habla de incestos, violaciones, hijos ilegítimos, suicidios, herencias, adicciones, asesinatos…. Cuando en una generación no se habla de estos asuntos o situaciones vividas por algún miembro de la familia, ese drama familiar (la vivencia emocional) queda congelado en el inconsciente familiar y acaba formando parte de los secretos familiares en generaciones posteriores.